LA FUENTE TRISTE
II
Dices que no tienen motivo mis penas,
pues las lloro mías cuando son ajenas...
¡Ay!, amor mío, ese es mi encanto:
llorar por aquellos que no vierten llanto.
IV
Cuando mi tributo reclames —¡oh, Muerte!—
dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte...?
¿Te daré mis alas...? ¡Ay!, pero mis alas
mancharon de cieno las pasiones malas.
¿Te daré mi llanto...? Mi llanto, bien sé,
como lo prodigo, que ni eso tendré.
Mas, como algo quieres, te dará mi amor
lo único que tengo propio: mi dolor.
V
Ya me ofrezcan rosas o me den espinas
yo bendigo siempre tus manos divinas.
Corazón del que ama es como la rosa:
perfuma la mano de quien lo destroza.
VII
El mundo jugó en mis sueños,
la Mujer con mi corazón
y la llama de mi fe, pura,
sopló Satán y la apagó.
Y, pues, Mundo, Demonio y Carne
en mi alma vertieron su hiel,
cuando venga por mí la Muerte
poca cosa tendré que hacer.
VIII
En vano es que tu clara risa de oro
me intente consolar... y, aunque lo pueda,
hoy mi tristeza es mi único tesoro
y, si tú me la quitas, ¿qué me queda...?
XII
Por tu desdén se convierte
toda caricia en herida
y tu mirada es la vida...
pero a mí me da Muerte.
XIII
La enfermedad que yo tengo
mi corazón sólo sabe;
como él nunca la dirá,
nunca ha de saberla nadie.
La sabe el claro de luna
y el parque gris: ¡preguntadles...!
La sabe el viento que pulsa
las liras crepusculares...
Mis versos la están diciendo
y no la comprende nadie...
La enfermedad que yo tengo
en silencio ha de matarme.
M. A. Silva